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Memorias

domingo, 8 de junio de 2008

Bonanza...

¿Por qué pensar que el actual auge económico que vive nuestro país significará el bienestar y el fortalecimiento de nuestra sociedad? ¿Qué nos dice la experiencia acerca de nuestros períodos de bonanza?

Como sabemos, el Perú, a pesar de la inestabilidad patológica que parece caracterizarla en la actualidad, a pesar del rigor de su geografía, ha sido desde hace siglos lugar para diversas sociedades. Estas culturas conocieron una fórmula para su efectividad y sostén, basaron sus economías en el aprovechamiento sostenido de los recursos naturales y en el esfuerzo máximo de sus relaciones sociales, constituyendo una economía de complementariedad, solidaridad y reciprocidad.

Es decir, decididamente, no fue la abundancia de recursos la que hizo posible la supervivencia y el auge de aquellas sociedades prehispánicas, sino más bien un sistema económico firme, estable, el que permitió el desarrollo de las culturas del Perú antiguo.

La época de la colonia significó un cambio irreversible de patrones económicos, por el cual la principal actividad sería la extractiva, la minera, que proveería de oro al mercantilismo español, el que a su vez auspiciaría al capitalismo inglés. Y sería éste el que, en el siglo XIX se volvería a nosotros para estimular su industria y nuestra primera bonanza como país independiente, al comprarnos aquellas que Mariátegui llamaba sustancias humildes y groseras, el güano y el salitre.

El güano y el salitre incorporaron al Perú en el mercado de capitales mundial, vagamente definieron una nueva clase dominante que emergió de los cenagales del latifundismo, clase dominante que terminó de dividir a la costa en su egoísmo y al resto del país en la postergación, y que además nos rindió una guerra en que perdimos millas de territorio y de esperanza o siquiera convicción como país.

Raymondi ya había denunciado la perversidad de nuestra miseria al vernos como un mendigo sentado en un banco de oro. Por su parte, con elegancia corrosiva, Jorge Basadre denominó a este período, y a todo un rasgo de nuestra identidad, como la prosperidad falaz. El siguiente período de prosperidad sería la del caucho en la selva. Esta rindió el enganche, una versión moderna y bendecida por democracia de la esclavitud, y terminó con otra perdida de territorio, aquella vez ante Colombia.

Efraín Gonzáles Olarte indica que nuestro estado ha tendido a debilitarse, a abstenerse de la vida nacional en los períodos de desarrollo económico, justamente en aquellos momentos en que podría extenderse para corregir nuestra cualidad exclusivamente exportadora; y por el contrario se ha dedicado a crecer y socorrer, sobre todo al sector empresarial y urbano, en las épocas de recesión.

Es un estado así, que tal vez por debilidad o por la fortaleza del mercado externo, el que ha seguido los lineamientos de la economía liberal y protagoniza hoy en día una bonanza como no la habíamos experimentado desde mediados del siglo pasado.

Otra de las razones que indica el economista de porqué los índices macro no estimulan el movimiento en los sectores inferiores es porque el mercado no está lo bastante eslabonado, ni existe la suficiente comunicación entre sus partes. ¿Hemos oído hablar de la estructura y la oferta del mercado de nuestras provincias? ¿Podríamos decir que el Perú como relación comercial de sus departamentos es un mercado completo?

Desde luego la respuesta es negativa, y ese no tiene sus consecuencias: las barreras para una distribución equitativa de nuestro actual crecimiento.

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